Habitualmente recibo la consulta de padres y madres que me preguntan por sus hijos que están todo el día en el ordenador “jugando juegos”, “ya ni viene a comer ni cenar” “no comparte nada con nosotros”. En general se plantea el problema como una enfermedad bajo el paraguas de la adicción.  Identificado el hijo como enfermo se plantea la duda de cómo hacer para que él venga a consulta o, (contando que suelo moverme a los domicilios) me plantean la posibilidad de ir a ver a su hijo al domicilio familiar. En los casos en que he podido contactar con ellos, lo que me dicen, casi por unanimidad, es: “los locos son ellos”, “los que necesitan ver a un psicólogo son ellos”, y respuestas similares.

Adelanto un pequeño spoiler, en general en los casos en que los padres han asumido el tratamiento de forma comprometida, los resultados han sido positivos y, la “enfermedad” de su hijo se ha curado sin necesidad de medicamentos o ingresos.

¿Qué es lo que ha sucedido?

Esta pregunta hay que responderla a varios niveles.

El primero sería, ¿Qué es lo que hace mi hijo?, en casi todas los casos en los que he tenido la oportunidad de intervenir, es conveniente actualizar el concepto “jugar”. Indagando mínimamente en esta actividad de “jugar” al ordenador, nos encontramos complejas relaciones sociales con otros “jugadores”, en general “amigos”, con los que el paciente identificado (PI) habla y comparte temas relacionados con el juego pero también con su vida cotidiana. En síntesis, donde los adultos vemos que el adolescente “juega” debemos ver que el adolescente “comunica”.

La segunda cuestión es ¿en qué consiste esta comunicación? Que en términos más técnicos podría expresarse de la siguiente manera ¿Qué función tiene este síntoma?. Estas preguntas requieren ser atendidas en dos sentidos:

– ¿Qué comunica a la familia?

– ¿Qué no comunica a la familia?

¿Qué comunica a la familia?

Todo acto es comunicación, incluso aquel que se caracteriza por la evitación, dado que es imposible no comunicar. Lo que se observa es un adolescente que se aparta de los rituales familiares para crear espacios individuales diferenciados. Evita los espacios comunes y cuenta poco o nada acerca de su mundo alternativo creado en el “juego”. Por otra parte, son muy pocas las veces en la que los familiares se interesan por esta actividad, concebida en su conjunto, como sintomática, creando la tormenta perfecta, el desencuentro perfecto. Más habitual es la intervención normativa (poner horarios, obligar cenar con la familia, prohibir el ordenador) que dan lugar generalmente  a los conflictos y peleas explosivas que están en la base de la consulta de tratamiento. Es importante entender que es éste desplazamiento hacia la pelea y el conflicto, la que genera la preocupación y la demanda de tratamiento y no el tiempo que el adolescente juega al ordenador, momento por lo general “tranquilo” para la familia.

Pensemos qué es lo que comunica esta evitación: “no me siento a gusto en la familia, busco un espacio alternativo que la complemente pero no que la sustituya”. El elemento complementario es importante dado que los jóvenes que usan abusivamente los juegos de ordenador suelen desarrollar tras una aparente independencia de los rituales familiares, verdaderas dependencias, ansiedades y fobias que acentúan aún más su sensación de atrapamiento en la familia, creando un círculo vicioso.

¿Qué no comunica a la familia?

Esta segunda parte es la clave. ¿De qué puede hablar en el juego que no puede hablar en la familia? ¿Qué aporta el juego a su identidad que no lo aporta la familia?. Esta es una pregunta muy importante porque involucra no solo al comportamiento del adolescente sino también al funcionamiento de la familia. Lamentablemente para los padres que consultan, muchas veces, ambas cuestiones se relacionan estrechamente. La pauta es la siguiente. Cada vez que el adolescente participa de las actividades familiares recibe críticas por su comportamiento y “por no hacer nada productivo con su vida salvo jugar todo el rato al ordenador”. Lo cual hace que el adolescente refuerce su pauta de evitación estando aún más tiempo en el ordenador para evitar estas críticas y “consejos”.

La pauta se rompe en el momento en que nos preguntamos ¿Qué quiere decir el adolescente? ¿Qué dice en el ordenador que no nos dice a nosotros?, la actitud adecuada es la exploración acerca de ¿Qué es lo que el adolescente encuentra en el ordenador que no encuentra en la familia?, ¿forma parte de un grupo?¿qué rol ocupa en el juego? (quizás tenemos un líder en la casa y no lo sabemos), ¿en estos espacios puede expresar como se siente o trasmitir los conflictos que percibe que hay en la casa?¿es un soporte identitario que le valora y reconoce sus capacidades?. Estas y otras muchas preguntas son puentes que pueden permitirnos acceder al mundo de nuestro adolescente, abrir canales de comunicación y, vías que configuren un regreso posible al vínculo familiar.

No es extraño que detrás de un adolescente inmerso en el mundo de los juegos online encontremos disfunciones familiares, secretos, conflictos encubiertos por la preocupación por la conducta del adolescente. El adolescente al atraer toda la atención para sí protege el equilibrio familiar que se desentiende de otros conflictos. Sin lugar a dudas, un adolescente adicto a los videojuegos expresa un malestar familiar, que con la debida guía puede reencausarse hacia la salud.