«El otro es el instrumento que obedece la voz, regula, reparte y distribuye, y es, al mismo tiempo, la cálida atmósfera difusa que nos envuelve». (Jean Paul Sarte en el libro «Saint Genet, comediante y mártir).
Te voy a hacer una propuesta. Mirar hacia adentro, hacia tus emociones más íntimas, pon atención en tus brazos e imagina que entre ellos vas a acoger a un recién nacido, ubícate en una posición cómoda, la que te salga, contempla el círculo que se forma entre tus brazos y explora las emociones que te vienen. Recuerda, estás por recibir un bebé recién nacido, delicado, blandito, calentito, céntrate en Esa emoción y trata de retener ese sentimiento sea cual sea… Sitúa tu emoción entre tus brazos, quédate con ella, porque es ése y no otra, es lugar que representa el origen de la humanidad. La circunferencia de tus brazos en este momento conforma el primer territorio del Ser humano. Locus y Matriz se funden en un primer momento. Podríamos decir que en cierto modo la ontología del Ser es un problema geográfico, el otro es un territorio agujereado, el lugar de un vacío donde todo es posible.
Todo lo que hoy conocemos surge de ese vacío delimitado por tus brazos. Un vacío que de forma alucinatoria materializamos en objetos parciales que por la vía del deseo son portadores de sentido y de sentimiento. Podemos decir que con nuestro deseo hacemos de un vacío, un vacío vivo: un territorio. El vacío cobra vida y con ella el movimiento. Surge en consecuencia el problema de los límites, de la dirección de la cura, de la dependencia y de la diferenciación en los vínculos. Es un territorio dinámico y complejo, consustancial con el otro: está compuesto de dos que son uno, es el ritmo de lo que hacemos juntos.
Es importante que ese territorio que somos y donde somos, disponga de una atmósfera respirable, que cumpla ciertas condiciones de habitabilidad. Debe permitir la espontaneidad de ese interrogante que es el otro, suprimiendo la violencia narcisista mediante la abstinencia o la sublimación, dando lugar en forma de locura si es necesario, a la expresión de su diferencia, es enganchar-nos con esa nada viva que cohabita en nosotros, el camino posible para un encuentro creativo, sano, transformador…
La esencia del encuentro se haya donde el ritmo de los tactos hace un nosotros.