La clave para entender este cuadro es pensar que se trata de conjuntos superpuestos, lo que significa por ejemplo que a nivel de la táctica (en el aquí y ahora del trato con la persona que acompañamos) se encuentran interviniendo las demás dimensiones, asi como que hay áreas de la dimensiones subsiguiente que quedan por fuera de nuestra intervención.
Una de las consecuencias de este planteamiento es que la formación no puede centrarse exclusivamente en una de estas áreas sin tener en cuenta su relación con la demás. Puede suceder, por ejemplo que, aun habiendo logrado una buena sintonía y conseguido una buena alianza terapéutica a nivel de la táctica, no se haya establecido una estrategia suficientemente buena que obstaculice el despliegue de una táctica efectiva a lo largo del tiempo. Produciéndose por lo tanto, conflictos a nivel del funcionamiento del equipo o a nivel de la relación con otros actores terapéuticos como pueden ser la familia, los servicios de salud mental y los servicios sociales.
Desde esta perspectiva entonces, la Estrategia tendría la función de integrar la dimensión Política (esto es el discurso que sostiene la intervención y su relación con otros discursos en juego) con la Táctica, por ejemplo a través de consignas, objetivos o pautas generales de intervención.
Finalmente, si bien toda táctica debe estar atravesada por coordenadas estratégicas, políticas y éticas, hay aspectos de esta última que no se incluyen en las anteriores, ya que nos interesa de la ética sus dimensión práctica, aquella que aplica sobre nuestra intervención, como es la concepción de sujeto/otro, salud mental/enfermedad, dependencia/autonomía, entre otras.
La táctica vincula al paciente, la estrategia resguarda a la táctica, la política ampara a la estrategia, y la ética sujeta a la política en la que se inscribe el acto terapéutico de nuestro equipo.