Contrariamente a lo que se piensa habitualmente, todo acto espontáneo es por definición voluntario, es espontáneo animarse a bailar, es espontáneo entregarse en el acto sexual, es espontáneo participar en las reuniones sociales de forma satisfactoria y adecuada. Lo contrario a espontaneidad es impulsividad, es impulsivo entregarse a una discusión sin control, es impulsiva la excitación que lleva a la eyaculación precoz, es impulsivo iniciar una pelea…
También hay abusos de la espontaneidad, que se definen como “espontaneísmo” (concepto del Dr. Dalmiro Bustos), como cuando un “espontáneo” del público arruina un evento deportivo o arruina una fiesta, ningún acto espontáneo por definición conlleva la destrucción, esto sucede solo cuando la espontaneidad es secuestrada por el narcisismo y pierde de vista al otro.
La espontaneidad deja en este momento de cumplir con la premisa que lo fundamenta: la espontaneidad es relacional, es la expresión libre y creativa en el encuentro con el otro.
Podemos desarrollar nuestra espontaneidad, que está en su máximo cuando somos niños, pero que vamos perdiendo en la medida que crecemos y nos vamos adaptando a las pautas sociales. No obstante el principal enemigo de la espontaneidad es la ansiedad. La ansiedad es una contra/activación, si la espontaneidad favorece nuestras relaciones sociales, la ansiedad las dificulta, perdemos espontaneidad en la medida que tenemos más ansiedad. No obstante, hay que dar batalla, el trabajo de la espontaneidad influye también sobre la ansiedad reduciéndola a su mínimo necesario. Dar batalla es exponerse, tomar la decisión de no ceder a nuestras cavilaciones.
La salud está en nuestras manos y se expresa en ellas.