Son tiempos extraños para la vida y muy extraños en especial para las que nos dedicamos a tratar directamente con las personas, el confinamiento por coronavirus nos obliga a renunciar al encuentro cara a cara, cuerpo a cuerpo, con otros, en grupo, en círculo, con escenas donde coexistimos en el aquí y ahora, a la corporalidad como medio de comunicación tal vez privilegiado para nuestro método y para nuestro enfoque orientado por el Psicodrama.
Incluso frente a la pérdida se requiere la renuncia.
La renuncia no es una acción pasiva, un dejar caer, como tampoco lo es la castración o el trabajo del duelo. La pérdida en sí no es suficiente, lo perdido no es tal hasta que reconocemos en él la parte nuestra que se lleva consigo, la parte nuestra a la que podemos o no renunciar. De este acto afirmativo, de esta asimilación activa, de esta esforzada transformación resultará la forma que adquieran los vínculos que nos sujetan y que sujetamos.
Extraño que aún nos cueste ver a algunos que sujetar no depende de la mano, tanto como la mano depende del lenguaje. Y esto no niega cuerpo ni lo suprime, lo simboliza.
La pandemia más que nunca nos pone en posición de andar más castrados que nunca, con la complejidad que esta vez la lagrima del otro debe hacerse hueco sobre la propia, al tiempo que nuestra lagrima también debe encontrar sus lugar. Es un tiempo de renuncias y transformaciones, un tiempo en que somos más insuficientes aun incluso de lo que nos permitía nuestra omnipotencia, porque en estos tiempos hasta la imperiosa omnipotencia llora. ¿Y sabéis que? Me parece mejor así, si somos humanos demasiado humanos, algo tendremos que hacer con Ello en un mano, en tanto que con la otra sostenemos la parte del juramento hipocrático que nos toca como acompañantes terapeutas. Recogemos nuestros cuartos de libra y los ponemos ahí, junto al otro, como se pueda, a su disposición, porque ser disponibles es nuestra función, invertimos los encuadres al límite y sostenemos nuestra presencia conjunta de acompañado y acompañante, mientras cobramos por ella, con derecho, manteniendo nuestro lugar en la virtualidad de una realidad inverosímil, en el campo de lo social. Somos, luego existo.
Quizás este artículo sea también un grito de dolor balanceado por un grito de esperanza.
Muerte como interrupción de la vida, de lo cotidiano, de lo existente, que este año ha aparecido con el nombre de Coronavirus. Todo tiene un nombre, entonces me pregunto: ¿pero estos nombres?, ¿no serán simplemente otros sinónimos de algo más nuclear que no logramos nombrar?. Lo que no logramos nombrar, ¿no será otra cosa que acto, cuerpo, imagen, rostro y su intento de ser representado?. Aquello que Winnicott nombraba lo transicional, este proceso trasformador entre lo idéntico y lo alterado, transito, pasaje, movimiento, juego.
Sí, me imagino una clínica de la espontaneidad incluso en la virtualidad, una terapia de grupo colectiva empantallada. Se me hace urgente y necesaria para superar la supremacía del yo y del “no puede ser”, actuar en conjunto, dar lugar a la magia y a lo banal en el mismo acto.
«Quedarse” en italiano, se traduce con el verbo restare que suena a “restar” en castellano, y efectivamente hemos tenido que restar el encuentro entendido como el acto de encontrase con manos, besos, abrazos, contactos, creación de imágenes… Supliendo la pérdida de un logos común, un espacio físico compartido, con un espacio que comprende la parte de domicilio privado que decidimos poner delante de la pantalla, casi como una extensión del cuerpo en sustitución, haciendo del escenario la escena en suplencia de la calle, despachos parques, museos, instituciones varias, que eran al fin y al cabo locus de nuestro trabajo cotidiano hasta hace poco.
Se ha tenido que virar hacía el encuentro virtual tele-fónico, video-fónico donde hemos puesto el ZOOM por así decir (usando el nombre de una aplicación que hemos aprendido a conocer debido a las circunstancias), hemos convivido con objetos de sus casas que han convivido con nosotros y han crecido a lo largo de estas semanas de confinamiento multiplicando los contenidos a compartir y transformándose en elementos con propia voz.
Acompañantes y acompañados han vivido aprendizajes que seguro será un precioso yacimiento cuando volvamos a estar frente a frente en la comunidad. Todos los objetos de la escena tienen voz, el juego no ha permitido volver onírica la realidad virtual. ¿Cómo no lo habíamos visto antes?. ¿Qué historia tiene esa lámpara, ese cuadro?, ¿que pueden decir a través de la pantalla?, ¿hay una puesta en escena?. Y paradójicamente y sin quererlo, los acompañados han puesto un ojo en el domicilio privado de los acompañantes, normalmente templos de nuestras defensas, de nuestros castillos yoicos y, me vienen a la cabeza las palabras de J. L. Moreno (creador del psicodrama) cuando decía: “El verdadero teatro terapéutico es el hogar privado. Aquí surge el teatro en su más profundo sentido, porque los secretos mejor guardados se resisten a ser tratados y expuestos”. Algo que quizás merezca una reflexión por cruzar una línea que no se tenía prevista y, aumentar tal vez la proximidad entre acompañante y acompañado en el marco del trauma común del confinamiento que ambas partes no pueden ocultar o negar.
Las técnicas activas, creatividad, espontaneidad y adecuación han permitido a muchos sostener los vínculos pasibles de quedarse rotos y fomentar el aislamiento forzado de individuos familias grupos y comunidades con su multiplicidad de roles en juego.
Me he dado cuenta en estos meses que existe no solo una banalidad del mal como pudo ver Hanna Arendt delante de la mirada cínicamente burocrática de Eichmann y de las horrorosas consecuencia de firmar los papeles que llevaban a los judíos y las victimas de las persecuciones nazis al exterminio, sino que afortunadamente existe a la par una banalidad del bien la suma de muchos, pequeños actos colectivos que protegen a la humanidad del horror como demuestra la solidaridad no heroica pero efectiva de quedarse en casa por el bien común, roles sin ningún o escaso prestigio que cobran valor por seguir haciendo lo que hacen, simplemente por quedarse.
Un lugar, un locus donde contemplar el milagro de lo corriente que esconde los secretos de la vida detrás del renunciar, detras de nuestras pérdidas en las que al fin y al cabo todos estamos perdidos. Somos cobayas en una transformación que el mundo está realizando sin contar con nosotros. ¿No es también una ayuda para por fin detenerse y encontrar lo que no sabíamos que buscábamos, lo que ni siquiera sabíamos que habíamos perdido?. ¿No ha sido esta cuarentena un desencuentro en la que nos hemos encontrado todos?, un aplanamiento de la curva que da lugar a lo que nos toca, a lo que nos toca de cerca, que nos empeñamos en no querer ver y que en esta condición de confinamiento estamos aprendiendo a valorar. Somos sujetos de relación, la sencillez imprescindible y compleja del acompañamiento terapéutico. Somos, luego existo.
Y si de vez en cuando perdemos la brújula, entonces volvamos a detenernos para reencontrarnos.
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