Tres maneras de huir del peligro ¿cuál es la tuya?

Cuando estamos ante una situación de peligro (real o percibido) se activa nuestro sistema de alerta, hay una relación entre la activación biológica innata y el grado en que simbolización que intercede entre la activación y el acto, que va desde huir desde la parálisis, el huir despavorido y las formas más complejas, ir a por todas y huir hacia adelante o la retirada estratégica que responde al principio: soldado que huye sirve para otra guerra. Te propongo  que encuentres cual es la tuya:

I. La Huida descontrolada

Que no es otra cosa que “huir despavorido”, sin ningún sentido, el sistema de alerta activa la acción sin ninguna mediación simbólica y, física o emocionalmente empezamos a correr, tanto así que podemos terminar volando sobre un precipicio o siendo atropellados al cruzar la carretera sin control. Esta es una opción impulsiva que encuentra su sentido en que, cualquier acto en sí mismo, representa una respuesta apaciguadora ante el peligro. El problema es que la conciencia llega tarde y en esos instantes de plena acción las decisiones que tomemos o el acto que realicemos puede ser incluso más peligroso que la situación amenazante en sí misma, como suele decirse “saltar de la olla a la sartén”.

Cabe diferenciar cuando esta respuesta se activa ante una situación de peligro real de cuando es imaginada, y se nos aparece en forma de anticipación. En este caso no es la situación de peligro si no la percepción de amenaza lo que activa nuestro sistema de alerta. En estos casos el acto viene precedido por una emoción que aumenta exponencialmente que conocemos como ansiedad, y que podemos detener si disponemos de las herramientas emocionales adecuadas.

II. La Huida controlada

La huida controlada no significa que entre la experiencia de activación y la huida haya un pensamiento complejo y voluntario. Más bien se trata de una disposición personal, que al ser ya de orden simbólico orienta la huida en términos de acercamiento o alejamiento, de aceptación o rechazo.

       II.a. A por todas!

Cuando lo que se impone es el acercamiento, es lo que conocemos como “huida hacia adelante”, la reacción nos lleva hacia el acontecimiento amenazante o percibido como peligroso, a esta conducta suele tildársela de valentía, pero la valentía requiere de una decisión voluntaria de enfrentar el miedo y aquí lo que impera es la insensatez. Insensatez porque lo nos domina es la necesidad de quitarnos la angustia a cualquier precio, la frase que lo ejemplifica es por todos conocida “prefiero morir a tener que soportar esto un minuto más”. En estos casos no solo no se rechaza la escena o se escapa de ella sino que se produce una inmersión en ella al punto de convertirte en protagonista de la misma. Por ejemplo ante una situación violenta en la que se percibe que no hay escape (de forma pre-reflexiva) el sujeto se vuelve el más violento incluso al punto de ser el más violento, ahora bien, esta violencia o está promovida por una disposición voluntaria sino como un intento de huir del pánico, de no sentir la angustia. Es una respuesta disociativa que de perdurar en el tiempo crea sus propios recursos de legitimación, al punto de que luego es difícil reaccionar de una manera diferente como en el caso de niños que han crecido en contextos violentos.

      II.b. La huida estratégica

La otra opción, a todas luces la más saludable, es la huida que orienta la acción alejándose de la situación amenazante o peligrosa. Curiosamente esta opción que es la más sensata y protectora de la persona suele tildársela de “cobardía”. Todo lo contrario, la aceptación del miedo activa mecanismos de conservación que en la mayoría de los casos son adecuados. Este tipo de huida además de proteger al protagonista permite dos cosas muy saludables, reconocer y aceptar una emoción vital para la supervivencia: el miedo: a la vez que la distancia de la situación amenazante o peligrosa permite analizarla y entenderla, es decir, da lugar al pensamiento reflexivo y analítico, que es el que nos permite aprender de estas situaciones para evitarlas en situaciones futuras.

III. La parálisis

 La última reacción ante la situación que activa la huida, también es conocida por todos: es la no huida. Me refiero a la parálisis, también conocida como ataque de pánico. En este caso el sistema se bloquea, es tal el shock de la experiencia percibida que no da tiempo siquiera al a activación motriz. El cuerpo se queda literalmente paralizado, al tiempo que el corazón se acelera y la respiración se dificulta. En estos casos lo que se necesita es la reconexión, que es muy difícil si no es con un apoyo externo. Se trata de hacer el camino inverso. Pasar de la parálisis al miedo y del miedo a alguna respuesta de huida posible, para finalmente buscar alternativas reflexivas que aporten soluciones alternativas y lleven a la calma. El error habitual es empezar por el final e intentar ayudar a quien está paralizado a través de la racionalización. Este es un paso posterior lo que necesita esta persona es recuperar el control del cuerpo a través del contacto. La forma en que se realice este contacto determinara el inicio o no del camino de regreso desde la parálisis a la razón. Algunas personas han logrado con entrenamiento calmarse a sí misma tocándose de una forma determinada antes de perder el control. Como quien ante el hundimiento de la barca lanza un salvavidas antes de saltar al vacío.

Para terminar, aprender a calmarse es poder pensar antes de actuar, es el recurso que hay que desarrollar porque es útil frente a las tres situaciones. Se trata de aprender, antes de perder el control, a lanzar el salvavidas antes de saltar al vacío. Pasar del impulso a la espontaneidad para que el acto sea adecuado. Recordar que lamentablemente no a todos nos salva el mismo salvavidas (un salvavidas estándar de Ikea), sino que tenemos que aprender a reconocer cual es el nuestro, nuestra artesanía personal, el salvavidas específico para nuestras necesidades específicas.

 

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