Os propongo explorar hoy dos conceptos clave y aparentemente alejados: el «territorio» en la obra de Gilles Deleuze y el «vínculo terapéutico» en el contexto de la psicoterapia. Estos dos elementos, aunque nacen en campos distintos, nos invitan a repensar cómo nos ubicamos y nos relacionamos en el espacio compartido con el otro, especialmente dentro del contexto terapéutico.
Territorio en Deleuze: Más allá de lo físico
Gilles Deleuze, junto con Félix Guattari, introduce el concepto de «territorio» no solo como una delimitación geográfica, sino como un espacio existencial, una red de afectos y relaciones. En su pensamiento, el territorio es algo que creamos continuamente; no es solo un espacio físico que ocupamos, sino un entorno que configuramos a partir de nuestras experiencias, deseos y conexiones con el mundo. El territorio es un lugar donde nos asentamos, pero también donde experimentamos la posibilidad de desterritorializarnos, es decir, de salir de los márgenes conocidos para explorar lo nuevo.
En el marco de la terapia, podríamos pensar en el consultorio como un territorio singular. Pero, como en la obra de Deleuze, este espacio no es simplemente una habitación con un diván, sino un territorio afectivo y simbólico, una construcción compartida entre terapeuta y paciente. Aquí se genera una red de significados, una cartografía emocional que se traza en el intercambio continuo.
El vínculo terapéutico: Un territorio compartido
Ahora bien, el concepto de vínculo terapéutico es fundamental en el proceso terapéutico. Las investigaciones actuales sobre alianza terapéutica indican que en el resultado satisfactorio de un proceso terapéutico el vínculo y las habilidades del terapéutica son mucho más importantes que la técnica que se utilice. Sin un vínculo sólido, el trabajo terapéutico se vuelve imposible, ya que el paciente no tendría un «territorio» seguro donde explorar su mundo interno.
El vínculo terapéutico, entonces, puede ser visto como una construcción de un territorio común, donde se establece una alianza que permite el desarrollo de la cura. En este espacio compartido, ambos participantes trazan los límites, las fronteras, y a veces incluso los traspasan para buscar nuevas formas de comprensión y crecimiento. Y tal como en Deleuze, hay momentos en que las fronteras del territorio se diluyen, donde paciente y terapeuta experimentan movimientos de desterritorialización y reterritorialización.
La creación y el cruce de fronteras
En terapia, al igual que en la vida, estamos continuamente atravesando territorios, entendidos como zonas de seguridad y de exploración. Cuando el paciente llega a la sesión, trae consigo un mapa subjetivo lleno de significados, traumas, deseos y fantasías. El analista, por su parte, tiene su propio mapa, pero su función no es imponerlo, sino más bien acompañar en la lectura y reconfiguración del territorio del paciente. Esta interacción, este constante traspasar fronteras y reconfigurar el espacio, es lo que constituye el corazón del vínculo terapéutico.
Pero también hay territorios más difíciles, zonas donde se encuentran los traumas, las resistencias, los núcleos de repetición. En estos espacios, el vínculo terapéutico cobra un papel aún más crucial: es necesario un territorio seguro, pero no estático, que permita al paciente moverse con libertad para explorar lo reprimido y lo doloroso.
La desterritorialización como proceso terapéutico
Deleuze habla de la desterritorialización como ese momento en que nos desprendemos de lo conocido para adentrarnos en lo nuevo. En terapia, este proceso puede equipararse a esos momentos en los que el paciente se desprende de sus defensas, atraviesa sus resistencias y se permite sentir y pensar de una manera diferente. El vínculo terapéutico, entonces, opera como ese espacio seguro que contiene al paciente en medio del caos, mientras su psique se reorganiza en una nueva cartografía.
Y aquí aparece el concepto de reterritorialización. Después del caos, de lo nuevo, el paciente no vuelve al mismo territorio de partida. Ha cambiado, ha reorganizado su mapa mental y afectivo, y en ese cambio el vínculo terapéutico ha jugado un rol fundamental como brújula y anclaje.
Conclusión: El territorio dinámico del vínculo
El territorio, en términos de Deleuze, y el vínculo terapéutico comparten una misma esencia: ambos son construcciones dinámicas, móviles y co-creadas. Ninguno de los dos es fijo ni preestablecido; más bien, se configuran y reconfiguran a partir de la interacción y del movimiento entre los sujetos que los habitan.
El vínculo terapéutico, entonces, se convierte en un espacio donde se construye un territorio común, donde el terapeuta y el paciente, como viajeros en un paisaje cambiante, recorren juntos los mapas de la mente y el afecto. Aquí, las fronteras se traspasan, las zonas seguras se reconfiguran, y el vínculo terapéutico actúa como el sostén necesario para que, en medio del cambio, ambos puedan encontrar sentido y dirección.