
«En el contexto de salud mental, la palabra empoderamiento se refiere al grado de elección, influencia y control que los usuarios de los servicios de salud mental pueden ejercer en los acontecimientos que se producen en sus vidas. La llave que abre las puertas del empoderamiento es la eliminación de los impedimentos formales e informales, así como la transformación de las relaciones de poder entre individuos, comunidades, servicios y gobiernos. El poder es crucial cuando se habla de empoderamiento y un elemento importante de las estrategias de empoderamiento es: (…) desafiar el control y la injusticia social mediante procedimientos políticos, sociales y psicológicos, que dejen al descubierto los mecanismos de control, barreras institucionales y estructurales, normas culturales y prejuicios sociales, con la finalidad de capacitar a las personas a que afronten la opresión internalizada…
Está demostrado que la falta de influencia y control puede conducir a resultados negativos para la salud.
Por el contrario la habilidad para ejercer control e influencia, puede actuar como un factor protector en situaciones de riesgo de enfermedad, incluso existiendo un nivel de estrés elevado. La impotencia se ha revelado como un factor de riesgo clave en la etiología de la enfermedad, y hay pruebas en diferentes campos que sugieren que empoderar no es sólo un conjunto de valores, sino que también produce resultados positivos, como son: aumento del bienestar emocional, independencia, motivación para participar, y mayores estrategias efectivas para sobrellevar la enfermedad” (OMS, 2010).
Citado en el libro «Acompañamiento Terapéutico en España», 2012.







«El 6 de julio de 2016, las portadas de los periódicos y los primeros minutos de los informativos de televisión se dedicaron a un mismo tema: una niña de nueve años había escondido una grabadora en uno de sus calcetines para demostrar que su padre abusaba sexualmente de ella. La niña, a la que los medios de comunicación bautizaron como María, llevaba dos años alegando que su padre la tocaba y repitiendo contundentemente que no quería verle.
Habitualmente recibo la consulta de padres y madres que me preguntan por sus hijos que están todo el día en el ordenador “jugando juegos”, “ya ni viene a comer ni cenar” “no comparte nada con nosotros”. En general se plantea el problema como una enfermedad bajo el paraguas de la adicción. Identificado el hijo como enfermo se plantea la duda de cómo hacer para que él venga a consulta o, (contando que suelo moverme a los domicilios) me plantean la posibilidad de ir a ver a su hijo al domicilio familiar. En los casos en que he podido contactar con ellos, lo que me dicen, casi por unanimidad, es: “los locos son ellos”, “los que necesitan ver a un psicólogo son ellos”, y respuestas similares.