
Seguramente habrás escuchado que para cuidar bien hay que cuidarse a una misma pero, ¿cómo funciona esto?. Curiosamente la respuesta a esta pregunta nos la da una palabrita que suele usarse mucho para mejorar nuestras relaciones con los demás: la empatía.
La empatía suele entenderse como «ponerse en los zapatos del otros», una traducción del inglés de «put yourself in their shoes», aunque yo prefiero nuestra bonita frase «ponerse en la piel del otro». No se que opináis vosotros pero piel me suena mejor que zapato, a la hora de intentar percibir que es lo que sucede en la persona que tenemos en frente.
Pero hay otra forma de verlo. Elisabeth Youn-Bruehl hace la siguiente propuesta: «la forma común, incluso podríamos decir a modo de cliché de describir la empatía «como ponerse en lugar del otro» me parece erróneo (…). Empatizar implica mas bien poner a otra persona en ti mismo, llegando a ser el hábitat de otra persona». Repito: «poner a otra persona en ti mismo».
Empatía entonces tiene menos que ver con nuestra habilidad de imaginarnos lo que le pasa a la otra persona que con nuestra capacidad de ser hospitalarios y acoger al otro en nosotros mismos, en nuestra casa. Ser buenos anfitriones, aceptar al otro sin condiciones, sin borrar las diferencias, aceptando aquello que nos hace ruido y quizás nos molesta.
Entonces, empatía es un ejercicio de tolerancia, pero también de nuestra capacidad para identificar lo que nos sucede cuando nos encontramos con el otro y que hacemos con ello. Debemos acostumbrar nuestras emociones a la convivencia con esa otra persona que hemos invitado a casa. En un mundo donde cada vez somo menos tolerantes con los demás… ¿Esto quiere decir que la empatía es antisistema? Desde luego que, al menos, va en contra de valores como el individualismo y el sálvese quien pueda.
Tolerar es el ejercicio mas difícil, sin el cual no hay empatía posible, «ser el habitat de la otra persona», ¿pero que hábitat somo para el otro?. Es importante respetar nuestras diferencias, nuestras limitación, en fin, tolerarnos sin machacarnos para poder ser un lugar para el otro ventilado y luminoso. Es necesario conocer nuestros miedos para animarnos a dejar nuestras ventanas y puertas abiertas, como se hacia en los pueblos de antaño.
Es por lo tanto necesario cuidarnos y conocernos para poder brindar un lugar limpio y confortable a quienes vienen (invitados o no) a convivir con nosotros.
Si la empatía es dar un lugar al otro en mí, entonces:
Despliego mis alas
para que el otro en mí,
también tenga la posibilidad
de desplegar las suyas.




«El 6 de julio de 2016, las portadas de los periódicos y los primeros minutos de los informativos de televisión se dedicaron a un mismo tema: una niña de nueve años había escondido una grabadora en uno de sus calcetines para demostrar que su padre abusaba sexualmente de ella. La niña, a la que los medios de comunicación bautizaron como María, llevaba dos años alegando que su padre la tocaba y repitiendo contundentemente que no quería verle.
Habitualmente recibo la consulta de padres y madres que me preguntan por sus hijos que están todo el día en el ordenador “jugando juegos”, “ya ni viene a comer ni cenar” “no comparte nada con nosotros”. En general se plantea el problema como una enfermedad bajo el paraguas de la adicción. Identificado el hijo como enfermo se plantea la duda de cómo hacer para que él venga a consulta o, (contando que suelo moverme a los domicilios) me plantean la posibilidad de ir a ver a su hijo al domicilio familiar. En los casos en que he podido contactar con ellos, lo que me dicen, casi por unanimidad, es: “los locos son ellos”, “los que necesitan ver a un psicólogo son ellos”, y respuestas similares.

